Las ballenas duermen de manera vertical

Nosotros los humanos también dormimos de pie. Caminamos dormidos, trabajamos dormidos, comemos dormidos. Vivimos en un sueño permanente, y algunos despiertan pocos minutos antes de morir, pero ya es demasiado tarde. Otros despiertan de repente quizás por un accidente, quizás por una pesadilla, o quizás porque soñaron que estaban dormidos y decidieron despertar; pero la mayoría de los que despiertan deciden volver a dormir.

Uno de los primeros en despertar fue Siddhartha hace aproximadamente 2,500 años en Nepal, y por eso se le llamó Buda, “el despierto”. Por esas mismas fechas en Grecia, Platón narró la historia de la caverna, donde los hombres vivían al interior de una profunda cueva y pensaban que las sombras eran la verdad, uno de ellos escapó de la cueva y se enteró que estaban engañados, vio la realidad directamente, cuando volvió para avisar a sus compañeros y liberarlos (o despertarlos) no le creyeron y, además, lo mataron.

Hemos evitado en pensar en la política, era una tarea pesada y dura, se la dejamos a los técnicos, a los medios de comunicación, a los partidos. De hecho, pensábamos que la política era absurda, una pérdida de tiempo, un peligro. Nos hicieron pensar de esa manera, muy sutilmente, muy eficazmente. Mientras tanto nos ocupábamos de nosotros mismos, de nuestros estudios, de nuestro trabajo, de nuestra familia, de nuestro placer. No éramos malos, es más, intentábamos ser buenas personas, para eso lo mejor -creíamos- era no meterse con los demás, no ocuparse de la política, no atender los problemas públicos.

Era nuestro sueño ser felices, era nuestro sueño tener salud, era nuestro sueño tener garantizados el bienestar material, y eso dependía de nosotros mismos, de nuestro esfuerzo individual. No era una idea singular ni rara, los demás también pensaban eso, la idea se había instalado de manera generalizada, y no hace mucho, quizás hace unos treinta o cuarenta años. Nuestros padres y abuelos no vivieron así, ellos sí que participaban en el barrio, en el edificio, en la cuadra, en la parroquia, y también en los partidos o grupos comunitarios. ¿Qué pasó?

De pronto, vino la pandemia, y la amenaza llegó a nuestra casa, a nuestro dormitorio, a nuestra cama. Despertamos y no podíamos volver a dormir. Allí nos dimos cuenta de que el Estado no nos iba a salvar, que la posta ni siquiera atendía, que el hospital estaba saturado y no tenía medicinas. Luego supimos que el problema venía de más atrás. Que la salud y (oh, sorpresa) también la educación y otros servicios no estaban garantizados, y en muchos lugares ni siquiera existía. Despertamos desesperados, y (oh, casualidad) hubo elecciones. Votamos desesperados, votamos sin saber por quién votar, por el primero que se pareciera a nosotros. 

Cualquiera tiene el potencial innato para llegar a experimentar el despertar, los primeros minutos no son fáciles, todavía no sabemos si estamos despiertos o seguimos dormidos. El problema es que despertamos solos, sin nadie que nos oriente, que nos enseñe la realidad, la cual se presenta tan abrumadoramente. Una palabra es de gran ayuda al despertar, una mano amiga tranquiliza, un susurro te calma. Despertamos a la vida, a nuestro cuerpo, a los demás, a la política, a la calle, al ruido mundano. Necesitamos a los otros para conducir nuestro buen despertar, nuestro aprendizaje de la verdadera realidad, y motive las ganas de seguir despierto.

Despertemos juntos, reconozcamos que apenas despiertos sabemos poco o nada, volvamos a nacer.

NASRUDÍN Y EL SUEÑO DEL SULTÁN

Un sultán soñó que había perdido todos los dientes. Al despertar, ordenó llamar a un sabio para que interpretase su sueño.

– ¡Qué desgracia Mi Señor! -exclamó el Sabio- Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.

– ¡Qué insolencia! – gritó el Sultán enfurecido. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!

Llamó a su guardia y encargó que le dieran cien latigazos.

Más tarde mandó que le trajesen a Nasrudín y le contó lo que había soñado. Este, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:

– ¡Excelso Señor! Gran felicidad le ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes. Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran a Nasrudín cien monedas de oro. 

Cuando Nasrudín salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:

– ¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. – Recuerda bien amigo mío, respondió Nasrudín, que todo depende de la forma como se dicen las cosas.

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